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20.5.08

El espectáculo después de la función

Hace una semana me puse una nariz de payaso, no sólo para reírme de mí, sino también de ustedes. Lo hice para entrar en una tragedia, comedia, para llorar y nuevamente reír. Salí a la calle un 30 de julio con destino al circo más cercano de mi casa. Los globos, las paletas, los niños con sus caras de asombro total, me insinuaban que me adentrara a un mundo de narices rojas y acróbatas, animales y jaulas. Función y espectáculo. Eran las
4:30 de la tarde. Minutos antes de empezar. Los niños y sus padres, sentados en sus butacas esperan con ansias ver ese otro mundo, donde nadie se puede ir sin haber soltado una carcajada.

Ese mundo que vive de espaldas al espectáculo, está atrás de la carpa. El lugar donde las narices rojas, que andaban puestas por el cuello, hablaban de negocios -¿cuánto vamos a ganar en esta función?- preguntaba uno, comentaban de política – ¿qué te pareció el cambio de mando? – susurraba otro. Aquellos payasos humoristas, con buenos chistes, pistolas de agua, no eran más que personajillos grotescos, que cada 30 minutos salían a contar chistes repetidos, sin gracia, burlándose de aquellos niños que fueron con tanto agrado a verlos y terminan diciéndole a sus padres – mejor la próxima vez nos vamos al zoológico-.

8:00 de la noche. Después de la función. Los payasos y todos los personajes del circo son reclutados a una pequeña sala donde el mejor comediante resulta siendo el mejor economista, donde la mejor payasada se convierte en el mayor insulto. Todos sus nombres graciosos, eran designados por ellos mismos, con el que se caracterizaba uno propio, el payaso “Chapita”, porque es demasiado borracho, y su mejor amigo el payaso “Sanguchito Chupamecha”, porque cuando su papá chupa, su mamá se lo mecha. Terminan su función en una cantina pasando la avenida, ebrios de risa y vomitando carcajadas, para al día siguiente empezar la función nuevamente.
11:30 de la noche. Después de verlos. Dirigiéndome a mí casa, cruzando las calles, la gente se burla de mí gritándome “no seas payaso”. Cuando llegue a mi casa y me quite la nariz, seguramente volveré a ser yo, un simple payaso informal. Aquellos dos payasos legales que cuentan con su nariz roja como herramienta de trabajo, juegan sus propias cartas y viven su propio mundo apartado de aquellas circunstancias que los motiva a hacer reír a los espectadores, hasta caer borrachos.



CARLOS TORRES CISNEROS

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